Hoy, un hombre,
entre los 25 y 30 años, cuando descubre el estado de la limerencia puede ser peligroso. La inocencia de sus actos,
sumado a la sensibilidad de sus emociones, pueden generar el intento más
inoportuno, del que no habrá retorno. No se puede ser cómplice y testigo, pero
si se puede ser víctima y victimario, porque cuando un hombre entre los 25 y
los 30 se enamora, es capaz que cometer el crimen más estúpido, el de no
animarse a decir que es amor lo que lo mantiene inquieto.
Así es como
se escriben las grandes historias. Desencontrando los cuerpos, no para que
sepan buscarse, sino para que aprendan a encontrarse.
Entre tanto
homicidio cometido, noche tras noche, La víctima, será acusada de autor
material, el mismo día que deje en manos del destino, este esperado encuentro.
El amor en
estado de composición, es aun más inquietante que la gestación propia de los
deseos, aun sabiendo que existen probabilidades de que sea eterno.
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